Por fin he podido hojear El fervor y la melancolía. Me ha sorprendido gratamente Juan Bernier, seguramente porque abjura de misticismos y porque, quién lo diría, algunos de sus poemas son bastante «desarraigados» e incluso sociales: véanse «Pero él llamaba a la muerte», «Aquí en la tierra», «Borracho», «Poema de la gente importante». Su desolación y pesimismo contrasta con el candor guilleniano del resto de sus compañeros de grupo, hecho que ellos mismos subrayan en los textos que le dirigen. Ricardo Molina me parece bastante tópico como poeta; me gustan, sin embargo, «Cántico del río» y muchos de los pertenecientes a Elegías de Sandua: «Elegía XII», «Elegía XIII», «Elegía XXX», etc.
Mario López habla sobre todo de aspectos y momentos rurales, aunque no lo hace, curiosamente, como miembro de ese mundo, sino como observador o documentalista venido de fuera. Creo que le gusta imaginarse el Machado de los exilios docentes y, efectivamente, sus poemas más logrados recuerdan a los de don Antonio, como, sobre todo, «Casino de octubre». También me han gustado algo «Personaje de soledad», «Ubi sunt de muchacha lejana» y, a pesar de su título, «El Ángel Custodio de Cañete de las Torres». Pablo García Baena me parece excesivamente exquisito, y su idioma poético, aunque sublime, es algo monótono. Julio Aumente es el más moderno, en el estilo, de los poetas del grupo, aunque me gusta menos de lo que creía. Si tengo que citar algún poema, me quedo tal vez con «Rendez-vous» o con alguno de los escritos a Gianni, quizás «La chavalita». A Vicente Núñez le reconozco la elegancia de sus alejandrinos, pero tampoco es el tipo de poesía que prefiero.
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