EL DURMIENTE DEL VALLE
que irreflexivo cuelga en las hierbas andrajos
de plata; donde el sol, desde la altiva cumbre,
brilla: pequeño valle que rebosa de rayos.
Un soldado, la boca abierta, sin sombrero,
reposando la boca entre los frescos berros,
duerme, extendido en la hierba, bajo las nubes,
pálido en la verdura, donde llueve la luz.
Los pies en los gladiolos, duerme.
Sonríe como sonreiría un niño malvado. Echa un sueño.
Naturaleza, acúnale cálida: tiene frío.
Los perfumes no hacen efecto en su nariz.
Duerme al sol con la mano sobre el pecho.
Tranquilo. Tiene dos orificios rojos en el costado.
(Soy culpable de la traducción castellana. Cfr. con Agustín de Foxá: Madrid de Corte a checa. Barcelona: Planeta, 1993, p. 320: «Era una mañana radiante. Estaba acostado sobre la pradera, a la sombra de un pino; tenía el semblante sereno, parecía que estaba durmiendo la siesta después de una merienda. Tenía un pequeño agujero en la sien derecha».)
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