22.12.09

El fervor y la melancolía. Los poetas de «Cántico» y su trayectoria.

Por fin he podido hojear El fervor y la melancolía. Me ha sorprendido gratamente Juan Bernier, seguramente porque abjura de misticismos y porque, quién lo diría, algunos de sus poemas son bastante «desarraigados» e incluso sociales: véanse «Pero él llamaba a la muerte», «Aquí en la tierra», «Borracho», «Poema de la gente importante». Su desolación y pesimismo contrasta con el candor guilleniano del resto de sus compañeros de grupo, hecho que ellos mismos subrayan en los textos que le dirigen. Ricardo Molina me parece bastante tópico como poeta; me gustan, sin embargo, «Cántico del río» y muchos de los pertenecientes a Elegías de Sandua: «Elegía XII», «Elegía XIII», «Elegía XXX», etc.



Mario López habla sobre todo de aspectos y momentos rurales, aunque no lo hace, curiosamente, como miembro de ese mundo, sino como observador o documentalista venido de fuera. Creo que le gusta imaginarse el Machado de los exilios docentes y, efectivamente, sus poemas más logrados recuerdan a los de don Antonio, como, sobre todo, «Casino de octubre». También me han gustado algo «Personaje de soledad», «Ubi sunt de muchacha lejana» y, a pesar de su título, «El Ángel Custodio de Cañete de las Torres». Pablo García Baena me parece excesivamente exquisito, y su idioma poético, aunque sublime, es algo monótono. Julio Aumente es el más moderno, en el estilo, de los poetas del grupo, aunque me gusta menos de lo que creía. Si tengo que citar algún poema, me quedo tal vez con «Rendez-vous» o con alguno de los escritos a Gianni, quizás «La chavalita». A Vicente Núñez le reconozco la elegancia de sus alejandrinos, pero tampoco es el tipo de poesía que prefiero.

31.10.09

«Los girasoles ciegos» (2004), de Alberto Méndez.

Los girasoles ciegos consta de cuatro relatos o «derrotas» independientes que se suponen transcurridas en años consecutivos, desde 1939 hasta 1942. Sus argumentos son los siguientes:

«Primera derrota: 1939» o «Si el corazón pensara dejaría de latir». El capitán Alegría, responsable de suministros en el ejército «nacional», se rinde a sus enemigos la víspera de la toma de Madrid. Cuando las tropas de Franco se hacen con el control de la ciudad, le condenan a muerte. Sobrevive, sin embargo, a su fusilamiento. Escapa de la fosa común donde ha sido enterrado y, con la ayuda de algunos lugareños, consigue mantenerse con vida y vuelve a entregarse a las autoridades. Aprovecha el descuido de sus guardianes y se suicida. (Se parece, en algo, a Soldados de Salamina [2001], de Javier Cercas.)

«Segunda derrota: 1940» o «Manuscrito encontrado en el olvido». En «Manuscrito encontrado en el olvido», el autor se vale del vetusto recurso narrativo conocido, precisamente, como el del «manuscrito encontrado». La narración avanza gracias a los apuntes en primera persona de Eulalio, poeta republicano que, después de la Guerra, huye en dirección a Francia acompañado de Elena, su mujer. Elena, embarazada, muere de parto. Eulalio y el recién nacido quedan aislados hasta que se les acaban los alimentos y mueren. (Simbólicamente, Eulalio, Elena y Rafael representan a la Sagrada Familia.)


«Tercera derrota: 1941» o «El idioma de los muertos». Juan Senra, profesor de chelo, aguarda su condena a muerte en prisión. El hijo del coronel que debe juzgarle ha sido fusilado. Senra se sirve del hecho de haberle conocido antes de su muerte para aplazar, poco a poco, su propio fusilamiento. Inventa anécdotas en las que el hijo del coronel aparece como héroe. Después de que otro de sus compañeros de celda, adolescente como el hermano de Senra, sea también fusilado, decide acabar con la farsa y cuenta la verdad sobre el hijo del coronel: lejos de ser valiente y caritativo, era, sencillamente, un criminal de baja estofa. Le fusilan de inmediato después de su declaración. (En la pág. 94, el protagonista de «El idioma de los muertos» transcribe algunas de las palabras del idioma que escucha en sueños. La utilización del lenguaje, en este episodio, se podría ilustrar con algunas lecturas paralelas de Vicente Huidobro.)

«Cuarta derrota: 1942» o «Los girasoles ciegos». Elena oculta en casa a su marido Ricardo, republicano a quien las autoridades suponen huido. Un eclesiástico, el hermano Salvador, se obsesiona con ella, lo que obliga a Ricardo a salir de su escondite para evitar su violación. Descubierto y acorralado, se suicida antes de ser apresado. «Los girasoles ciegos» se narra a través de tres distintos discursos, de tres distintos puntos de vista que el autor se cuida de subrayar por medio de artificios tipográficos. Los segmentos en letra redonda se ponen en boca del consabido narrador en tercera persona. Los segmentos escritos en letra cursiva se suponen fragmentos de la carta que el hermano Salvador escribe para dar cuenta del desliz a su superior. (Se imita, aquí, la estructura de La vida de Lázaro de Tormes.) El lenguaje del hermano Salvador se individualiza mediante la constante introducción de palabras y expresiones latinas, procedentes, sobre todo, de la Biblia. Los segmentos en letra negrita se ponen en boca de Lorenzo, el hijo de Ricardo y Elena, y se suponen redactados mucho después de los acontecimientos narrados.

Alberto Méndez se preocupa de entrelazar los episodios y anécdotas narrados en los cuatro relatos. En «El idioma de los muertos» se cuenta el suicidio del capitán Alegría, protagonista de «Si el corazón pensara dejaría de latir». Lorenzo, el chico de «Los girasoles ciegos», es el hermano pequeño de Elena, con cuya muerte comienza «Manuscrito encontrado en el olvido».

Las referencias, explícitas o implícitas, a figuras y textos literarios son constantes a lo largo de la novela. En la pág. 29 se introducen, por ejemplo, versos de San Juan de la Cruz y de Quevedo. En «Manuscrito encontrado en el olvido» se copian fragmentos de tres escritores con G (Garcilaso, Góngora, García Lorca). Se menciona, además, a  cierto «Miguel», pág. 43, a quien hay que identificar con Miguel Hernández. A Machado se le recuerda en «Manuscrito encontrado en el olvido», a través del maestro don Servando, y en «El idioma de los muertos», donde se menciona su muerte en Collioure. En «Los girasoles ciegos», la dedicación de Ricardo a labores de traducción saca otros nombres a relucir.