21.3.14

Análisis de «Lo fatal».

No, el único bien era no ser, y, de ser, ser el árbol, ser la piedra.

(Émile Zola: Germinal. Madrid: Alianza, 2010, p. 403.)

«Lo fatal» es el último poema de Cantos de vida y esperanza y esa posición marcada dista, en mi opinión, de ser casual. El poema sintetiza las preocupaciones existenciales características del Darío maduro, ese terrible miedo suyo a la muerte que tan bien supo describir Valle-Inclán en Luces de bohemia. En este poema se aprecia a la perfección la simbiosis de forma y contenido característica de la palabra poética. La forma métrica propende hacia el soneto alejandrino «a la francesa», con rimas distintas en ambos serventesios, pero el segundo terceto queda truncado: el poeta solo acierta a escribir eneasílabo + heptasílabo. Con ello, se trata de dar la impresión de que la angustia le ha dejado sin palabras. El abrupto desenlace se podría haber predicho a la luz del desarrollo de la composición: el serventesio primero es abiertamente discursivo; en el segundo serventesio y el primer terceto, sin embargo, se rompe el pensamiento lógico: solo se acumulan sintagmas en polisíndeton. El terceto postrero, en fin, queda truncado en frase exclamativa. En este sentido, creo que hay que relacionar «Lo fatal» con «El soneto de trece versos», asimismo incluso dentro de Cantos de vida y esperanza.

«Lo fatal» comienza con el «makarismós» «Dichoso el árbol...», que confiere cierto aire bíblico a la composición en su conjunto. Los árboles son felices porque carecen de pensamiento, de conciencia; lo mismo se puede predicar de la «piedra dura», por lo demás evidente caso de epíteto. Los hombres, en cambio, son conscientes de que viven y, por tanto, se interrogan y angustian por lo que hay después de la muerte. La claúsula interrogativa final sintetiza las dos cuestiones existenciales por excelencia: «adónde vamos», «de dónde venimos». Son casi frases hechas y como tales aparecen en recreaciones posteriores del motivo, como en el célebre tema de Siniestro Total: «¿Quién somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?».

En el plano elocutivo, además del recurrente polisíndeton, desde el v. quinto hasta el final, a veces en posición anafórica, habría que subrayar que los dos últimos versos se han convertido en ejemplo clásico de paralelismo. Obsérvese, además, que la palabra átona «por» se vuelve tónica en el final del v. 8, con el objeto de que pueda rimar con «terror».

21.2.14

Un soberbio soneto de Arthur Rimbaud.

EL DURMIENTE DEL VALLE 

Una verde pradera donde canta un río
que irreflexivo cuelga en las hierbas andrajos
de plata; donde el sol, desde la altiva cumbre,
brilla: pequeño valle que rebosa de rayos.

Un soldado, la boca abierta, sin sombrero,
reposando la boca entre los frescos berros,
duerme, extendido en la hierba, bajo las nubes,
pálido en la verdura, donde llueve la luz.

Los pies en los gladiolos, duerme.
Sonríe como sonreiría un niño malvado. Echa un sueño.
Naturaleza, acúnale cálida: tiene frío.

Los perfumes no hacen efecto en su nariz.
Duerme al sol con la mano sobre el pecho.
Tranquilo. Tiene dos orificios rojos en el costado.

(Soy culpable de la traducción castellana. Cfr. con Agustín de Foxá: Madrid de Corte a checa. Barcelona: Planeta, 1993, p. 320: «Era una mañana radiante. Estaba acostado sobre la pradera, a la sombra de un pino; tenía el semblante sereno, parecía que estaba durmiendo la siesta después de una merienda. Tenía un pequeño agujero en la sien derecha».)